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No pasará a la historia, precisamente, esta eliminatoria previa de Europa League ante el Panathinaikos, mala, fea y pastosa, que el Athletic solventó ayer en San Mamés como un simple trámite administrativo. Se trataba de poner el matasellos, sin más, y esto es lo que hicieron los rojiblancos en un partido del que sólo quedará para el recuerdo el resultado y una exquisita delicatessen de Aduriz que estuvo en la raíz del 1-0. Por lo demás, un nuevo tostón veraniego en el que, al menos, por ver el lado bueno de las cosas, el joven Córdoba dio buenas sensaciones y el equipo apenas se desgastó. Era lo que quería Cuco, que no dudó en agitar la coctelera de las rotaciones en una noche tan trascendental -entraron Herrerín, Córdoba, Lekue, Etxeita, Susaeta y Aduriz, que no habían sido titulares el domingo-, toda una demostración de confianza en el fondo de armario de su plantilla. Y le salió bien. Sin sustos ni desperfectos. Más, por lo visto, era demasiado pedir. La asignatura del buen fútbol queda para más adelante.
Durante los primeros 20 minutos no pasó nada. Nada de nada. El partido era el aburrimiento elevado al cubo. Como una contraprogramación de las fiestas. Sólo un grupo de veinte hinchas griegos instalados en la Tribuna Principal, lejos por tanto de su hábitat natural de los fondos humeantes, parecía divertirse dando la murga sin parar. El resto de los presentes, la parroquia local, buscaba objetivos para su atención y no los encontraba. Ni siquiera en Iñigo Córdoba, sobre el que ayer había puestos muchos ojos, algo natural teniendo en cuenta que la afición de San Mamés espera la aparición de un interior izquierda como se espera la de un redentor. Cada uno nuevo que sale es escrutado con mucho detenimiento. Si fuera por algunos, le obligarían a pasar la prueba de la espada en la piedra, a ver si el chaval es capaz de sacarla como Arturo y vuelve al Athletic un rey de la estirpe de Gorostiza, Gainza, Txetxu Rojo o Argote. Córdoba empezó con una bonita jugada nada más empezar y luego entró en la misma dimensión de sus compañeros, una en la que el tiempo parecía detenido en un viejo torneo veraniego. Fue en la segunda parte cuando dejó detalles muy esperanzadores. Se agradeció verle por la izquierda, esa tierra de promisión.
Athletic
Herrerín, Lekue, Etxeita, Laporte, Balenziaga, San José, Beñat (Mikel Rico, min. 74), Susaeta (Williams, min. 65), Muniain (Aketxe, min. 79), Córdoba y Aduriz.
1
-
0
Panathinaikos
Vlachodimos, Johansson, Koutroubis, Kolovetsios, Hult, Cabezas (Molins, min. 67), Zeca, Kourbelis, Lod (Altman, min. 67), Luciano y Chávez (Donis, min. 74).
Árbitro Árbitro: Benoit Bastien (Francia). Tarjetas amarillas a Johansson, Luciano y Lekue.
Goles 1-0, min. 22: Muniain.
Incidencias Partido de vuelta de la eliminatoria previa de la Europa League, disputado en el estadio San Mamés.
Lo peor de esos 20 minutos iniciales no es que no ocurriera nada, ni siquiera a balón parado, sino que daba la impresión de que nada podía ocurrir. Pues bien, fue una falsa impresión. Y es que hay jugadores cuya sola presencia en el campo siempre es una promesa de que algo bueno puede suceder. Digamos que son una expectativa con botas. Aduriz es uno de ellos. En el minuto 21, recibió un balón largo -como casi todos los que le mandaron para no variar-, lo controló al borde del área y se sacó una magistral asistencia al espacio para Susaeta, que sólo tuvo que dejársela a Muniain para que empujara. Un gol soberbio.
El toque con la zurda del donostiarra valió por todo el partido. Se pudo pagar la entrada sólo por verlo. Fue algo bello y sorprendente, como una de esas flores que, de repente, crecen en la rendija del hormigón. Porque la realidad es que el partido era eso. Hormigón armado. Una pesadez. Y lo continuó siendo hasta el descanso. No había manera de que el equipo de Ziganda le diera un poco de carrete a su juego. Todo era lento, impreciso y predecible. Y el Panathinaikos, como era lógico, acabó por entender que no podía seguir de un lado para otro, viendo a Herrerín con catalejos. Tenía que arriesgar y jugar sus bazas, las pocas que tuviera. Lo hicieron los pupilos de Ouzounidis en la recta final de la primera parte y su actitud les sirvió para dar un par de sustos desde fuera del área, sobre todo un zurdazo de Chavez en el minuto 40 que pegó en el poste.
Visto lo visto, la afición rojiblanca sólo tenía un deseo en la reanudación. Bastante modesto, realmente. Ya que no se podía disfrutar, al menos no sufrir. Tampoco era cuestión de salir de San Mamés lívidos y con un nudo en la garganta antes de entregarse a la noche festiva. Y menos ante el Panathinaikos y después de haber ganado 2-3 en la ida. En este sentido, se puede decir que la segunda parte fue aceptable. No en lo que se refiere al juego, que continuó por similares derroteros aunque Muniain y Córdoba le pusieron un poco de pimienta -el chaval tenía ganas y no dejó de ofrecerse, lo que ya es una buena primera noticia- sino a la tranquilidad reinante.
Pasaban los minutos sin más, con el Panathinaikos resignado a su suerte y el Athletic bien ordenado, sin despeinarse. La entrada de Williams fue bienvenida. Es un jugador que, cuando sale del banquillo, suele incendiar este tipo de encuentros. En el minuto 70, ya se hizo notar poniendo un balón magnífico a Aduriz, que la picó en exceso por encima de Odisseas Vlachodimos. Luego, sin embargo, se fue difuminando. La noche daba pie a eso, al estado gaseoso, como la bruma que se descorría por la cubierta del estadio. Lo cierto es que el partido pareció todo menos una eliminatoria europea a cara de perro. Dio la impresión de que el Panathinaikos todavía no se había recuperado del shock de los tres goles en seis minutos en Atenas y que vino a Bilbao de turista. Hay que agradecérselo.
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