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Messi muestra la cruda realidad

Messi muestra la cruda realidad

El Barça del rosarino supera con toda justicia en Copa a un Athletic que corrió mucho y jugó muy poco

Jon Agiriano

Miércoles, 11 de enero 2017, 19:41

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No hay un futbolista en el mundo capaz de mostrar a sus rivales la realidad con tanta crudeza como Lionel Messi. El astro argentino, implacable, volvió a imponer ayer su ley ante el Athletic con un saque de falta excepcional que supuso el 3-1 en el minuto 77. El gol hizo justicia a un Barça muy superior, sobre todo en la segunda parte, y castigó al equipo de Valverde, que fue una nulidad en ataque. Es cierto que, en una jugada aislada, marcó un gol de oro que le dio vida durante más de 25 minutos, pero al final no sirvió de nada. El equipo no tuvo fútbol, ni fuerzas probablemente, para continuar arriesgando en busca del segundo gol. El Athletic se echó atrás y terminó quedando en manos del Barcelona, que pudo golear. Sólo su falta de puntería le condenó a estar en el alambre hasta el pitido final. Eso sí, no puede decirse que sufrieran los culés. Cillessen no tuvo ni siquiera que intervenir y la decepción fue inevitable.

A Valverde le dio ayer eso que se llama un ataque de entrenador. Se trata de una afección esporádica que sufren los técnicos y tiene que ver con la necesidad imperiosa que sienten, de repente, por ser originales. Como si tuvieran que demostrar que el fútbol es una ciencia misteriosa de la que sólo ellos conocen los verdaderos arcanos, cada cierto tiempo deciden sorprender al público, epatarlo con un once extraño. Txingurri lo hizo ayer dejando en el banquillo a Aduriz y alineando como titulares a Saborit, Sabin Merino y Eraso, éste último un caso paradójico. Sólo canta en los grandes escenarios, la Scala o el Metropolitan. No vale, sin embargo, para el teatro Arriaga o el Campoamor.

La arriesgada apuesta de Txingurri tenía un objetivo claro: resistir picando piedra durante una horita, más o menos, e intentar lanzar luego una traca con Aduriz, Susaeta o Muniain. Era un cara y cruz. Y no salió. Los rojiblancos remaron con galeotes, pero su juego se redujo a eso: a correr kilómetros y poner argamasa. Ese tipo de actuaciones, basadas en un trabajo extenuante, siempre reportan el rédito del elogio fácil. Se hablará de un Athletic digno y será verdad. A nadie que se parte el pecho se le puede cuestionar la dignidad. Ahora bien, también debería hablarse de un Athletic inoperante en su juego, sin filo, que nunca tuvo opciones reales de dar el campanazo.

Presión adelantada

Había muy pocas dudas, por no decir ninguna, sobre cómo iba a ser el arranque del partido. Se daba por descontado que el pitido inicial de Gil Manzano tendría ayer algo de toque de corneta que activaría a la caballería culé. Al menos eso suponíamos los más aprensivos, aquellos que somos un poco peliculeros y no podemos evitar ver el Camp Nou con un nudo en la garganta, como si fuera uno de esos cementerios americanos de Francia, llenos de cruces blancas, donde están enterrados los soldados muertos en las grandes guerras. La realidad, sin embargo, fue bien distinta. La supuesta carga del Barça se quedó en un ir y venir bastante hueco, incapaces los blaugranas de superar la presión adelantada del Athletic.

Arriesgaron los rojiblancos con su planteamiento, que tuvo dos consecuencias evidentes, una buena y otra mala. Por un lado, complicó mucho la vida a la tropa de Luis Enrique, incómoda y atosigada por unos rivales que cumplían a la perfección el sacrificado papel de tábanos. Para el Barcelona resultaba complicadísimo trenzar cuatro pases seguidos en las zonas calientes del campo rival y sufría para sacar el balón jugado desde la defensa. Como Ter Stegen en San Mamés, Cillessen tuvo que soltar muchos balones largos. Lo malo era que este despliegue, exclusivamente defensivo por mucho que el Athletic intentara estirarse un par de veces buscando a Williams, convertía la posibilidad de marcar un gol en una quimera. De hecho, durante toda la primera parte, el Athletic no firmó ni un solo remate, aunque fuese desviado.

Por mucho que el paso de los minutos y las dificultades del Barça para crear ocasiones alimentara el optimismo entre la parroquia rojiblanca, todo era un poco falso, una especie de espejismo. La razón es de sobra conocida, aunque muchos quisieran olvidarla para que sus deseos coincidieran con la realidad. Ocurre que el Barça, sencillamente, no necesita hacer nada para marcarte un gol. Por la pura inercia del talento, sus estrellas se los acaban sacando de los bolsillos sin darse cuenta. Se demostró en el minuto 25, cuando Gil Manzano anuló por fuera de juego un gol perfectamente legal de Luis Suárez. Y volvió a demostrarse en el 35, tras una pérdida tonta de Bóveda -no su tuvo el día el bilbaíno-, a la que siguió un robo de Messi, un centro perfecto de Neymar y una gran volea cruzada del killer uruguayo. La MSN en funciones, vaya.

La segunda parte, que se inició con un gol de penalti de Neymar, fue un monólogo del Barça al que el Athletic no acertó a dar respuesta. Ni siquiera con Aduriz, que acabó saliendo tras el descanso en sustitución de un Sabin Merino que no se sabe bien lo que hizo en el campo aparte de correr como si le persiguieran los apaches. Que Saborit igualara la eliminatoria y diera esperanzas con un gran cabezazo a pase de Elustondo -el de Beasain salió en la primera parte tras la lesión de Etxeita- acabó siendo algo anecdótico. Lo que se dice engordar para morir. Porque la muerte era segura. Las ocasiones del Barça, siempre escorado hacia la banda izquierda, se sucedieron en cascada. Y alguna tenía que entrar. Para eso estaba Messi. Como decíamos al principio de esta crónica, siempre implacable mostrando a sus rivales la cruda realidad.

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