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A falta de fútbol, suerte
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A falta de fútbol, suerte

El Athletic empata de milagro en Butarque y vuelve a dejar claro el deterioro evidente de su juego

Jon Agiriano

Sábado, 14 de enero 2017, 11:34

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Todos sabemos que a equipos con el perfil modesto del Leganés, esforzados de la ruta, les suceden a veces cosas así, desgracias que parecen exclusivas de los humildes.

Los madrileños merecieron ayer de largo la victoria ante un Athletic deprimente, en su peor versión como visitante (que ya es decir). Sin embargo, fueron incapaces de marcar un gol en las siete u ocho claras ocasiones de que dispusieron. De manera que dejaron escapar vivo a un rival de pedigrí que, al menos, tuvo el detalle de no celebrar demasiado el punto conseguido. Y es que fue el de los rojiblancos uno de esos empates pestilentes que acaban provocando en quien los consigue un cierto sentimiento de pudor, casi de vergüenza. La verdad es que no hubo nada que celebrar ayer en Butarque. Todo lo contrario. Desde la perspectiva del Athletic, si algo dejó el partido, aparte de la pérdida de Aduriz y Beñat para el clásico contra el Atlético por dos amarillas injustas, fue una preocupación todavía más honda de la que ya existía por el deterioro flagrante de su juego.

¿A dónde va este equipo? Esa era la pregunta que se hacían los aficionados rojiblancos, con toda la lógica del mundo, tras el liberador pitido final. Y es que se hace difícil pensar a qué aspira realmente la tropa de Valverde haciendo el fútbol que hizo en Leganés, por no hablar de tantas otras salidas a lo largo de la temporada. Lo de Butarque, además, añadió un punto de inquietud pensando en el porvenir, ya que al Athletic no sólo le faltó calidad en sus maniobras con el balón sino también otras dos cosas que vienen siendo sus virtudes fundamentales: la intensidad y el equilibrio estratégico. Ayer no hubo ni una cosa ni la otra. En realidad, no hubo nada. El despropósito fue tan absoluto, sobre todo en los primeros 45 minutos, que resultó milagroso que no tuviera como consecuencia una derrota sin paliativos.

La primera parte tuvo un único protagonista, un nombre propio de sonoridad centroamericana y caribeña: Darwin Machís. El delantero venezolano hizo algo verdaderamente extraordinario: convertirse en una pesadilla tanto para el Athletic como para su propio equipo y para sí mismo. Aprovechando el desbarajuste demencial de los rojiblancos, Machís dispuso de hasta cinco oportunidades mano a mano ante Gorka Iraizoz, la primera de ellas a los 44 segundos. Pues bien, las dilapidó una tras otra. Toda su pericia para desmarcarse buscando las espaldas de la defensa del Athletic, especialmente las de un Lekue arrojado al foso de los cocodrilos por sus propios compañeros, se convertía en una torpeza infinita a la hora del remate.

Tras sus primeros errores, Asier Garitano tuvo el gesto de animarle aplaudiéndole desde el área técnica. En los dos últimos ya se quedó sentado, triste, reflexionando melancólico sobre la fatalidad de la vida. Si Machís llega a fallar otra, quién sabe cómo hubiera reaccionado el técnico de Bergara. Uno no descartaría que hubiera acabado pidiendo un bidón de gasolina y un mechero. Para sí mismo.

Jugar con fuego

El 0-0 con el que se llegó al descanso fue tan extraño que se hizo inevitable confiar en una reacción del Athletic en la segunda parte. Es cierto que, salvo un gol mal anulado a Raúl García en el minuto 7, no había hecho nada hasta entonces. Bueno sí. Lo que había hecho, con una temeridad suicida, es dejar que el Leganés jugara como quería, aprovechando que su rival adelantaba mucho su defensa, como es costumbre, pero sin presionar, que es lo insólito. Es decir, el Athletic había jugado con fuego y no se había chamuscado porque Darwin Machís tenía la negra. Ahora bien, había salido incomprensiblemente ileso y siempre hay que contar con el impulso centrífugo del superviviente. Pues no. Tampoco eso funcionó. A lo más que llegaron los rojiblancos fue a taponar sus grietas más espectaculares y a equilibrar el partido. El Leganés le ayudó sin quererlo en esa tarea. Al pasar a la banda derecha tras la entrada de Szymanowski, que no aportó nada en su regreso, Machís se fue consumiendo hasta apagarse y fue sustituido cuando faltaba un cuarto de hora.

Resultó sangrante la incapacidad del Athletic para reaccionar y quitarse de encima la vulgaridad que le envolvía. Salvo Iraizoz, que fue el mejor, y Raúl García y Balenziaga, que al menos pusieron un punto de mordiente, el resto de los jugadores fueron decepciones ambulantes. Puestos en fila, hubieran parecido una procesión de la Santa Compaña. Lekue pasó un calvario en su regreso al once, Aduriz no existió y Williams tampoco, aunque este último al menos tenía la disculpa del cansancio. San José volvió a estar fatal y en el descanso dejó su sitio a Beñat. Y qué decir de Muniain. Lo suyo ya casi mejor ni calificarlo.

A Valverde se le cayó todo el equipo, incapaz de hilar una jugada con criterio, siempre obtuso y previsible, irritante en muchos momentos. Baste con decir que la única ocasión que acertó a crear llegó en una falta en el centro del campo que se le ocurrió sacar por sorpresa a Balenziaga y a punto estuvo de sorprender a Champagne. Sólo la suerte, que le brindó una ayuda impagable, similar a la del choque contra el Celta en San Mamés, permitió al Athletic evitar una derrota que se ganó a pulso. Y es que el Lega, aunque con menos frecuencia que en la primera parte, siguió buscando los puntos débiles de su rival y tuvo el gol en la cabeza de Víctor Díaz en el minuto 62, en la de Laporte, que en el 85 estrelló un cabezazo contra el poste de su portería, y en las botas de Pires, ya en el descuento. Iraizoz despejó esta última con el pecho. Fue la última acción del partido. Un buen resumen de lo sucedido.

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