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jon agiriano
Domingo, 7 de mayo 2017, 09:45
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En el peor momento posible, cuando había que aprovechar el pinchazo de los rivales en el sprint hacia Europa para tomar una ventaja que podía ser definitiva, el Athletic falló en Vitoria y se complicó mucho la vida. Hasta el punto de que es muy probable que, en la última jornada, necesite la victoria en el Vicente Calderón. Los rojiblancos se condenaron ayer por sus errores de cara a puerta en la primera parte. Sus niveles de desperdicio fueron directamente tóxicos y lo acabaron pagando tras el descanso, cuando el Alavés se encontró con el 1-0 gracias a una formidable volea de Theo y defendió esa renta con una concentración y un coraje extraordinarios. Si alguno albergaba dudas de si el equipo vitoriano tenía ganas de revancha por la derrota en San Mamés de 2000 o si este derbi afila especialmente los colmillos de la afición del Glorioso le hubiera venido bien darse una vuelta ayer al mediodía por Mendizorroza. Más que nada para comprobar cómo vivió el partido y de qué manera celebró la victoria. Pareció que ensayaban para un triunfo en la final de Copa.
El partido estuvo metido en una prensa hidráulica durante los primeros veinte minutos. Era lo que se esperaba. Si en la entrada al campo los espectadores hubieran recibido un programa de mano, como en el teatro, en él les hubieran advertido de que se disponían a ver un derbi vasco áspero, con dos equipos entregados a la presión, duelos a bayoneta en todas las trincheras, escasez de oxígeno... Y, por supuesto, mucho ruido ambiental. El estadio vitoriano se ha convertido en un campo tirando a argentino, sin duda uno de los más vibrantes de la Liga. No cesan los ánimos en el fondo del Polideportivo. La cosa tiene su mérito porque, en amplias fases de los partidos, ponerse a aplaudir y jalear a la tropa de Pellegrino es como hacerlo a una hormigonera.
No lo tenía nada fácil el Athletic para llegar a la portería de Pacheco. Los rojiblancos, sin embargo, supieron encontrar la combinación de la caja fuerte a partir del minuto veinte. Beñat cogió el mando y bien ayudado en ese momento por Muniain, comenzaron a generar superioridades y a conectar con los delanteros. Las costuras del Alavés empezaron a crujir. Es cierto que Edgar envió a las nubes un voleón y esa primera ocasión animó a la hinchada alavesista. Pero era un espejismo. El derbi había tomado otro derrotero. De repente, Llorente, Manu García y Camarasa se vieron desbordados, lo mismo que Theo, que ayer se encontró con la que puede ser la única horma de su zapato en cuestiones de velocidad en toda la Liga: Williams.
Cúmulo de errores
El Athletic se lanzó a degüello. Durante diez minutos, el chaparrón rojiblanco fue espectacular. Las ocasiones se sucedían, a ritmo de una por minuto, frente a la portería del Glorioso. El 0-1 parecía cantado, después de que Raúl García primero y Aduriz después en un cabezazo que despejó Pacheco lo tuvieran en su mano. El Alavés respondió con un misil de Ibai Gómez que se fue por poco, pero el Athletic volvió a apretarle las tuercas y a encerrarle de nuevo en su área. Llegaron entonces tres minutos vertiginosos durante los cuales los rojiblancos desperdiciaron lo que no está en los escritos. Aparte de mala suerte en un disparo de Beñat que desvió en un defensa y pegó en el poste, el equipo de Valverde se encontró con la versión catatónica de Aduriz. No es es nada frecuente, pero también existe. Y puede ser muy inoportuna.
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El caso es que el Athletic, que siguió dominando hasta el descanso y volvió a disfrutar de otra buena ocasión Williams entró hasta la cocina y no acertó en el pase, dejó los deberes para la segunda parte. De ser un estudiante, diríamos que por su mala cabeza. Al ser un equipo de fútbol, diremos que por su falta extrema de puntería. Un mal asunto, en cualquier caso, no finiquitar al Alavés, uno de esos equipos con más vidas que un gato. Cuando crees que está muerto, a punto del entierro, levanta la tapa del ataúd y sigue corriendo, espoleado por su hinchada incesante. Seguro que en esto pensaba Txingurri, en el arranque de la segunda parte, después de que Edgar diera un susto en un contragolpe al que siguió otro ocasión errada por Williams. Y no digamos nada en el minuto 53, cuando Theo hiz el 1-0 con un voleón formidable tras pescar el rechace de un córner. Era verlo para creerlo, efectivamente. El fútbol, sin embargo, es así. Muy poco cristiano, diríamos. Perdonar es un pecado.
Como un tiro
El gol le sentó como un tiro al Athletic, abrumado por la sensación de culpa de las ocasiones perdidas y consciente de que el 1-0 iba a subir la adrenalina del Alavés, de por sí rebosante. A la tropa de Valverde le entraron las prisas y se acabó confundiendo. Lo que había sido claridad en la última media hora de la primera parte se convirtió en oscuridad. Al Alavés, al que Sobrino le aportó aún más chispa, le sucedió justo lo contrario. Tenía el partido donde más le gusta, con una ventaja que defender y un rival que le iba a dejar espacios al contragolpe.
Como esos equipos italianos que parecen disfrutar con el trabajo sucio, achicando balones, tapando huecos, fajándose en cada contacto, apurando cada salto, los vitorianos hicieron un trabajo impecable para defender el resultado. Valverde tuvo que buscar arnica en el banquillo, pero ninguna de sus decisiones tuvo el efecto deseado. Más bien al contrario. Lo cierto es que sus tres apuestas fueron controvertidas. Lekue salió en lugar de Balenziaga, luego Mikel Rico por Beñat, se supone que en busca de más pujanza, y por último Sabin Merino en sustitución de Williams. De nada sirvieron los cambios. El equipo siguió atrancado. Sus jugadores no fueron capaces de crear más ocasiones ante un Alavés cuyo oficio resulta llamativo en un recién ascendido. Da la impresión de que lleva años en Primera, apretando los dientes, resistiendo a los invasores, acumulando experiencias de sargento en el campo de batalla.
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