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Pues el Athletic ha terminado la temporada sin conseguir ganar dos veces seguidas, pero en cambio ha logrado sumar tres derrotas consecutivas, las que la ... han endosado el Huesca, el Madrid y el Elche. Así, con generosidad y para que nadie se enfade, regalando los puntos a quien los necesite para lo que sea, para aspirar a la Liga o para no descender. Ganando amigos. Porque en este final de temporada el Athletic solo ha podido aspirar a ganar eso, amigos. Jugando así es imposible ganar puntos o partidos.
Si las sensaciones del final de una temporada suelen pesar en el inicio de la siguiente, el futuro del Athletic se anuncia más bien sombrío. Marcelino tiene tarea por delante no solo para confeccionar la plantilla sino para limpiar las mentes de los que se queden. Le hará falta si quiere que este equipo vuelva a recuperar la competitividad de la que se ha olvidado el último mes.
El Athletic empezó a perder su partido ante el Elche porque un recogepelotas estuvo más concentrado y metido en el partido que Lekue. Mientras el lateral protestaba, dialogaba, o pegaba la hebra con no se sabe quién ni por qué, el chaval corrió a darle el balón a Fidel. Para cuando Lekue retomó el hilo del partido, Pere Milla ya corría la banda con la pelota, libre de marca, con tiempo y espacio para pensar el centro a Boyé. Hubo algún rojiblanco que hasta pidió fuera de juego, no digo más.
Ya sabíamos que cuando un equipo se está jugando la vida y el otro está confirmando las reservas para Ibiza, el primero tiene todas las papeletas para ganar. Los puntos se los suele quedar quien más los necesita, salvo que se encuentre con un rival con el colmillo retorcido, que no es el caso del Athletic. Así que, si los de Marcelino ya regalaron el partido en Huesca, era lógico suponer que repetirían algo parecido en Elche.
Los temores se confirmaron desde la alineación. La presencia de Ezkieta, inédito todo el año salvo dos partidos de Copa, anunciaba algo parecido al último día de curso en el instituto. Cuando a falta de veinte minutos Iñigo Vicente sustituyó a Ibai, el desplazamiento del Athletic a Elche adquirió el tono de un viaje de fin de curso, esa excursión en la que los viejos compañeros de fatigas se despiden prometiendo ser amigos para siempre.
El Athletic se jugaba defender el noveno puesto, que se diferencia del décimo en el que puede acabar si el Granada gana hoy, en unos cuantos cientos de miles de euros, que nunca están de sobra y menos en estos tiempos, aunque a un futbolista le pueda costar entenderlo. Pero, sobre todo, se jugaba su imagen, la de un club al que su historia le obliga a mucho más de lo que puedan suponer algunos.
Los que saltaron al campo no defendieron ni una cosa ni la otra. Se limitaron a estar en el terreno para cubrir el expediente de los últimos noventa minutos sin mayores sobresaltos. Regalaron el primer gol a un rival atenazado por la responsabilidad, que no había dado una a derechas, y ya con el marcador desnivelado, unos y otros dejaron que el cronómetro hiciera su trabajo.
El Athletic despidió una temporada que pudo ser histórica y acabó lamentable, ofreciendo una imagen penosa que permanecerá en la retina de los aficionados junto a otras igual de desoladoras que se han repetido con demasiada frecuencia este año. Toca hacer borrón y cuenta nueva.
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