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Celta - Athletic | Liga Santander Jornada 3

Lección de actitud en Balaídos

El Athletic de Marcelino vuelve a dar una lección de actitud, maniata al Celta y se lleva tres puntos muy valiosos de Balaídos

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Sábado, 28 de agosto 2021

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Marcelino había advertido a sus jugadores durante toda la semana de la necesidad de hacer un partido muy completo para poder ganar en Balaídos. Y se puede decir que el Athletic lo hizo a su manera, con un juego abnegado hasta la extenuación, un rendimiento defensivo sobresaliente y el oportunismo justo para aprovechar un grave error del Celta y adelantarse en el marcador en un momento en el que su juego ofensivo era inexistente. Lo cierto es que los rojiblancos, apoyados en un Íñigo Martínez imperial, fueron capaces de desactivar, cable por cable, al Celta de Coudet, que nunca se encontró cómodo, sobre todo a partir de tres cuartos de campo. Iago Aspas, por ejemplo, ni la olió durante los noventa minutos.

Celta

Dituro, Hugo Mallo, Araújo, Aidoo (Galhrdo, m.80), Javi Galán, Tapia (Solari, m.70), Denis Suárez (Beltrán, m.64), Brais Méndez, Nolito (Cervi, m.64), Iago Aspas y Santi Mina.

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Athletic

Simón, Lekue, Vivian, Iñigo, Balenziaga, Dani García (Vesga, m.85), Vencedor (Zarraga, m.67), Berenguer, Muniain (Nico Williams, m.67), Sancet (Raúl García, m.74) y Williams (Villalibre, m.85).

  • Árbitro Mateu Lahoz. Amonestó a los locales Brais Méndez (m.52) y Hugo Mallo (m.96), y al rojiblanco Unai Simón (m.96).

  • Goles 0-1, m.34. Iñaki Williams.

Esto, en sí mismo, es un mérito digno de ser valorado como se merece. Si algo quedó claro en Balaídos es que, aunque el borrón del Martínez Valero desatara las alarmas, Marcelino tiene al equipo en la disposición mental que desea. La calidad de su juego puede fluctuar. Ayer, de hecho, la primera media hora fue poco más que un alboroto de saltos, despejes y coscorrones, pero todos los jugadores estuvieron enchufados a una especie de fuente de corriente continua que impedía los apagones. Y esa actitud tuvo su premio. En el minuto 34, como decíamos, al juego del Athletic se le podían negar todas las cualidades que hacen atractivo y vistoso a este deporte. El espectáculo era el mismo que el de una hormigonera. Ahora bien, la predisposición laboral de los rojiblancos, que sólo habían generado una ocasión, por llamarla de alguna modo, en una remate birrioso de Sancet tras una buena prolongación de cabeza de Williams, tuvo su recompensa.

El navarro estaba teniendo un mal día, fallando muchos controles y apoyos, pero seguía achuchando rivales como un sabueso y acertó a robar un balón de oro a Aidoo, que se durmió de mala manera. Esta vez fue Sancet el que asistió a Williams, que fusiló a Dituro. Fue inevitable pensar entonces en las paradojas del fútbol. Un equipo al que tanto le cuesta marcar goles más de repente lo consigue a la primera ocasión. Y faltó muy poco para que hiciera el segundo en la segunda, tras el descanso, en el minuto 50.

Más que faltar, habría que preguntarse sí sobró el VAR, ese microscopio tantas veces manejado con espíritu inquisidor. Merece detenerse un poco en la jugada que supuso la anulación del que hubiera sido el segundo gol de Williams. En el viejo fútbol, ese 0-2 hubiera subido al marcador. El árbitro, como le ocurrió en primera instancia a Mateu Lahoz, hubiera considerado ese leve manotazo que Berenguer le pega en la cara a Denis Suárez como un lance del juego sin influencia en la resolución de la jugada. Y es que el exfutbolista del Torino ya había ganado su posición tras un magnífico caño y en ningún momento se benefició del contacto con su marcador para asistir al mayor de los Williams. Ahora bien, vaya usted al monitor, póngase a ver a cámara lenta la jugada y diga que no hay falta y que ese gol no debe anularse. Hace falta mucha personalidad para eso. Y Mateu Lahoz la tiene para otras cosas.

El suspiro de alivio de la afición celtiña se oyó en las islas Cíes ya que ese gol sentenciaba el partido. O poco menos viendo como todas las jugadas de ataque de su equipo morían en la orilla como pequeñas olas sin apenas espuma. Llegados a ese punto, desde la perspectiva rojiblanca fue inevitable preguntarse con inquietud cómo gestionaría la tropa de Marcelino lo que quedaba de la segunda parte, que era casi toda. Y lo cierto es que lo hizo con un despliegue físico y un oficio dignos de elogio. Hasta el punto de que un equipo con tanto talento ofensivo como el Celta fue incapaz de poner en aprietos a Unai Simón, comodísimo bajo los tres palos tras su regreso de las vacaciones.

El Athletic se fue sintiendo cada vez más fuerte y sólido, más seguro de su armadura. Bien escoltado de nuevo por Vivian, Iñigo Martínez acabó por ejercer a su alrededor una autoridad y un magnetismo espectaculares. Está claro que el descanso del verano y su sacrificio personal al renunciar a la Eurocopa han tenido el resultado deseado. Los minutos fueron pasando y el partido nunca dejó de estar bajo control del Athletic aunque el Celta tuviese más la pelota.

Era el suyo un dominio inane, gaseoso. De hecho, el gol volvió a estar más cerca de la portería de Coudet en dos llegadas de Williams que en la de Unai Simón. Y tampoco es de extrañar porque los rojiblancos acabaron el partido más frescos. Los cambios de Marcelino, bien administrados en tres tramos -primero Zarraga y Nico Williams por Vencedor y Muniain, luego Raúl García por Sancet y, por último, Villalibre y Vesga en lugar de Williams y Dani García- surtieron el efecto deseado. Hasta el punto de que ña victoria, pese a la maldición de los empates de la que tantos venimos hablando, nunca pareció comprometida

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