Al final de los años 60, en aquella camiseta del Athletic que desteñía a la primera lavada, los que contábamos con una ama hacendosa le pedíamos que nos cosiera un número a la espalda, que nos identificaba con nuestro héroe rojiblanco, cuando aún no se llevaban nombres. Yo llevaba dos unos que me enorgullecían: el 11 de Rojo, al que creía
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