Ha llegado el día. Después de cuatro semanas suspendidos en una extraña dimensión mental, una especie de limbo en el que nada tenía trascendencia, en la que todo quedaba supeditado y postergado a lo que sucediera el 4 de marzo, el partido del año se disputará por fin esta noche (20 horas) en un San Mamés abarrotado. La ilusión se ha caldeado tanto y es ya tan grande que recuerda a la vivida en otras épocas cuando el Athletic se prestaba a jugar una final de Copa o un partido decisivo con el título de Liga en juego. Hablamos de uno de esos días en los que Bilbao contiene el aliento, la vida se detiene en la ciudad y la bandera rojiblanca luce en todas partes, en balcones y tabernas, escuelas y hospitales, ayuntamientos y empresas, conventos y lupanares.
La realidad es que nunca se había visto algo parecido en unas semifinales de Copa. Hace cuatro años, sin ir más lejos, la semifinal contra el Betis se vivió con mucha mayor moderación y eso que la posibilidad de alcanzar la final, tras el 0-0 de la ida, se antojaba bastante más factible. La ilusión fue enorme entonces, por supuesto, pero esta vez se ha multiplicado hasta alcanzar un cierto paroxismo, quizá inevitable. Está claro que los tiempos han cambiado y que las dos temporadas en las que la supervivencia del equipo en Primera llegó a estar en entredicho han tenido un efecto expansivo en el estado de ánimo de una hinchada que, tras 24 años de travesía del desierto, ya no puede -ni probablemente quiere- controlar más sus emociones, su hambre de gloria, su ansiedad por dejar de vivir de recuerdos.
Así las cosas, hablar de la importancia del partido resulta una perogrullada. Nadie duda a estas alturas de que el Athletic se juega hoy toda la temporada. Una victoria la convertiría en histórica. La eliminación, por el contrario, supondría un fracaso. El equipo, a seis puntos del descenso, quedaría abocado de nuevo a luchar por la permanencia. Esta visión de las cosas puede parecer injusta y excesiva. Desde luego, no tiene ninguna lógica que la nota de un equipo sólo pueda ser el sobresaliente o el suspenso y que ésta vaya a decidirse en noventa minutos. Pero ocurre que el Athletic, concretamente Joaquín Caparrós, lo ha querido así. El técnico de Utrera se lo ha jugado al todo o nada. En cuanto ha podido, ha dejado la Liga en un segundo plano, convencido de que no tiene plantilla para rendir aceptablemente en las dos competiciones. Así se explican sus alineaciones de suplentes y descartados frente al Almería y el Sevilla; algo nunca visto en el Athletic.
Todo o nada
Está claro que el justo término medio, ese espacio donde reside el sentido común, no acaba de cuajar en el club bilbaíno, donde hemos pasado de no dar a la Copa la importancia que se merecía -una de las razones por las que desde 1985 no se ha llegado a una final- a pensar sólo en ella. Habrá que confiar en que tanta concentración y tanto empeño tengan esta noche su premio. Llegar a la final de Copa no sólo sería una gran satisfacción para todos los aficionados rojiblancos. Sería un reconstituyente maravilloso para toda esa parte de la hinchada- la integrada por los menores de treinta años- que no sabe lo que es ver al Athletic haciendo algo grande. Seguro que ellos serán los primeros en animar, en alimentar la gigantesca caldera -más madera, es la guerra- que será hoy San Mamés.
Las previsiones indican frío y lluvia, lo que garantiza un punto más de épica. En lo deportivo, las espadas están en todo lo alto. El Sevilla parte con la ventaja del 2-1 y es mejor, pero ya se sabe que la diferencia de calidad puede no ser un factor decisivo, que existen argumentos para compensarla. El Athletic los tiene y deberá usarlos con inteligencia. Caparrós alineará un equipo de gala con una sola duda: la posición de Yeste. Si el de Basauri juega en banda, Vélez jugará arriba con Llorente, como lo viene haciendo de forma habitual. Si Yeste juega por detrás del delantero, al que Jiménez pretende emparedar entre Fazio y los centrales, Susaeta ocuparía el lugar de Vélez. Las posibilidades de los rojiblancos pasan por firmar un partido intachable a todos los niveles, sobre todo en defensa. Arriba, seguro que tienen oportunidades. Y para conseguir ese partido redondo que les abra las puertas de la historia, el equipo de Caparrós tiene una primera obligación inexcusable: dominar la ansiedad, ésa que todos sentimos cuando la gloria está al alcance de la mano.
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