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Sevilla 4 Athletic 3
Clos Gómez impidió la remontada de los rojiblancos tras regalar al Sevilla el 4-2 en uno de los dos penaltis que se inventó Dos penaltis inexistentes condenan a los rojiblancos a una derrota ante el Sevilla en un campo maldito
25 de octubre de 2010
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JON AGIRIANO | .-

Hay campos a los que sería mejor no acudir, de la misma forma que hay días -siglos, diría Julio Camba- en los que lo mejor es no levantarse de la cama. Al Athletic le ocurre con el Sánchez Pizjuán, donde lleva 18 temporadas acumulando disgustos de todo tipo. El de ayer fue de los grandes. Los rojiblancos acabaron cayendo ayer por una mezcla letal: su extraña flojera tras un inicio más que prometedor y la penosa actuación de Clos Gómez, que les machacó el hígado con dos penaltis inexistentes que cambiaron el curso del encuentro. Con el primero, al filo del descanso, el colegiado aragonés puso el partido al Athletic cercano a lo imposible. Con el segundo, a once minutos del final y de la que fue responsable uno de los linieres, abortó el intento de remontada del equipo de Caparrós, que aprovechando la inferioridad numérica del Sevilla tras la expulsión de Navarro se había colocado a un gol del empate.

Fue una pena, una más de las que el Athletic acumula en el estadio de Nervión y, en general, en sus visitas a los equipos grandes, que aparte de mucha coraza también acostumbran a disfrutar de los capotazos de los trencillas de turno. De manera que no hay forma de que los rojiblancos hagan una hombrada en los partidos de perfil alto, donde siempre les falla algo. En el caso de lo ocurrido ante el Sevilla, nadie discute el peso de Clos Gómez en lo sucedido. Ahora bien, haría mal el Athletic en rebozarse en exceso en esa justa excusa y no mirar más allá. Caparrós no quiso hacerlo. El utrerano estuvo impecable en la sala de prensa cuando puso la lupa en la falta de fortaleza y contundencia de su tropa, que pasado el cuarto de hora aflojó las tuercas de mala manera y lo acabó pagando carísimo.

El punto de inflexión

Hay veces en que una sola jugada cambia el rumbo de un partido. Es lo que ocurrió ayer cuando, en el minuto 20, Kanouté obligó a lucirse a Gorka Iraizoz con un gran chutazo desde el borde del área. El gol estuvo muy cerca y esa inminencia afectó sobremanera a ambos equipos. El Sevilla de Manzano, que hasta ese momento había estado bastante tibio y arrugado, se vino arriba, colgado de Romaric, cuyo partido fue como para llevarle a hombros hasta La Maestranza. Lo hizo todo bien. Al Athletic le pasó justo lo contrario. Llevaba dominando con claridad desde el pitido inicial. Al equipo daba gusto verlo: tocando en largo y en corto, dinámico, dominador, ambicioso... Una gozada, vaya. Pues bien, de repente, ese mismo grupo comenzó a hacerse preguntas inquietantes, a ralentizar su juego, a perder chispa... A evaporarse, en fin.

El resultado no pudo ser peor. Luis Fabiano hizo el 1-0 en el minuto 34. Luego, poco antes antes del descanso, un pase excepcional de Romaric al área provocó un choque entre Ustaritz y el propio delantero brasileño. Clos Gómez debió ver todo menos lo que tenía que ver: que el defensa rojiblanco tenía la posición ganada y fue él quien recibió la falta, no quien la cometió.

Tocado por un castigo desproporcionado, el Athletic reaccionó poco y mal tras el descanso. El equipo siguió flotando, sin la firmeza y el ritmo necesarios para imaginar siquiera una posible remontada. En el minuto 48, Capel estuvo cerca de firmar el 3-0, pero Iraizoz hizo la parada de la noche, tocando lo suficiente para desviar el balón al poste. Todo lo que habían sido buenas sensaciones en el comienzo del encuentro era decaimiento en esos primeros compases de la segunda parte. La maldición del Pizjuán volvía a imponerse. Solo podía pensarse en ello cuando entre Romaric y Luis Fabiano fabricaron un gol de lujo y colocaron el 3-0 en el marcador. Era el minuto 62 y más de un aficionado del Athletic hubiese firmado en ese instante el armisticio, convencido de que la última media hora sólo podía aportar sufrimiento.

La reacción

El fútbol, sin embargo, te da tantas sorpresas como la vida. Justo después del 3-0, el Sevilla sufrió la expulsión de Navarro por doble amarilla. Obligado a hacer un apaño en el marcador, el Athletic se fue hacia arriba y comenzó a dar trabajo a Palop. Llorente hizo el 3-1 en el minuto 34 de un gran cabezazo a pase de Javi Martínez. Al equipo se le afiló el colmillo y se fue a por más ante un Sevilla que había plegado velas y solo quería dejar correr el tiempo. El arranque de coraje de los bilbaínos tuvo su premio y, apenas cinco minutos después, tras un claro penalti por manos de Konko, Llorente firmó en dos tiempos el 3-2. La remontada estaba ahí, en la palma de la mano. Gregorio Manzano tragaba saliva y los aficionados del Sevilla se encomendaban a todas sus vírgenes. El Athletic era tan temible como un muerto que hubiese resucitado y comenzase a levantar la tapa del ataúd.

Entonces tuvo lugar la segunda aparición estelar de Clos Gómez, más concretamente de uno de sus jueces de línea, uno de estos extraños tipos dotados para ver lo inexistente e interpretar las cosas al revés. Pitó penalti en una mano involuntaria de Ustaritz provocada, además, por una falta de Negredo, y Kanouté no perdonó. A eso se llama cortar las alas a un equipo y cambiar el curso natural de un juego que sería mucho más interesante si no proliferaran tanto los aficionados a interrumpirlo, tergiversarlo y manipularlo ya sea queriendo o sin querer. El 4-2 fue definitivo. El 4-3, uno de esos golazos inútiles que se está acostumbrando a marcar Gabilondo, llegó en el último minuto de descuento y solo sirvió para acrecentar el mal cuerpo del Athletic, que entre sus propios errores y la afilada puntilla del colegiado aragonés volvió a irse del Sánchez Pizjuán con la vieja sensación familiar de que podría haberse ahorrado el viaje.

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