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LOS INOLVIDABLES / JOSE ÁNGEL IRIBAR
José Ángel Iríbar «En el Athletic vives obsesionado con dar una alegría a la afición porque ella te da tanto que tienes que responderle»
28 de noviembre de 2010
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:: FOTOS: FERNANDO GÓMEZ
JON AGIRIANO MIGUEL GONZÁLEZ SAN MARTÍN | .-

El césped de San Mamés ejerce todavía un influjo benéfico en José Ángel Iribar. Cada vez que lo pisa, no puede evitar caminar hacia la portería de Misericordia y detenerse a respirar hondo mientras observa el circo de las gradas, vacías esta mañana de lluvia. «Es como volver a la juventud. Me siento rejuvenecer. Es una sensación muy bonita», dice. También lo es, piensan sus acompañantes, la de pasear por el césped de 'La Catedral', un viejo sueño improbable, con una de las grandes leyendas del Athletic.

Iribar es un hombre imponente -tiene 67 años, pero su figura sigue destilando la misma autoridad majestuosa de siempre-, que comenzó a ser todo lo que es mirándose en el espejo de su padre, el patriarca del caserío Makatza. Aquel 'kale baserri' que todavía se levanta en la Plaza de la Música de Zarautz era, en los años de la postguerra, un hogar multitudinario en el que José Ángel Iribar convivía con un abuelo cascarrabias, sus padres, sus cuatro hermanas pequeñas y la legión que formaban sus nueve tíos paternos. La playa quedaba a 100 metros, lo mismo que el colegio La Salle, los dos escenarios en los que se forjó el que, con el paso del tiempo, se convertiría en uno de los mejores porteros de la historia del fútbol. Marcelino Iribar gobernaba dando ejemplo aquel universo familiar de euskaldunes sencillos, trabajadores y temerosos de Dios. Su primogénito nunca dejó de admirarle.

- Yo, a aita le tenía en un pedestal. Era una persona muy querida en el pueblo, un hombre pacífico, trabajador, tranquilo, conciliador... Para mí era un hombre ejemplar. Uno de los objetivos de mi vida ha sido parecerme a mi padre. Para mí el respeto es algo fundamental y eso me viene de aita.

- Su padre murió cuando usted tenía 19 años. Seguro que siempre le ha pesado no poder compartir con él sus éxitos, sentir que estaba orgulloso de usted.

- Por supuesto. Pero al menos pude darle la alegría de fichar por el Athletic, que era su equipo de toda la vida. Uno de los días grandes del año para nosotros era cuando el Athletic iba a jugar a Atotxa. Los autobuses de la afición pasaban por delante de casa y había un ambientazo tremendo. Era un día grande. Aita, además, era un gran deportista. Había hecho sus pinitos como portero y le encantaban todos los deportes. De niño me gustaba mucho abrir su gran baúl de las herramientas y mirar las fotos de sus ídolos que tenía allí pegadas, de Zamora, de Joe Louis, de Zatopek...

- Su carrera en el fútbol comenzó de verdad con su fichaje por el Baskonia. ¿Cómo lo recuerda?

- Fue a finales de julio, principios de agosto. Estaba con aita descargando la hierba en el portal de casa y vino a vernos Salvador Etxabe, un futbolista de Zarautz que había fichado por el Athletic y estaba cedido en el Baskonia. Nos dijo que estaban buscando porteros y me preguntó si quería hacer una prueba.

- Y usted, encantado.

- Claro, era un equipo de Segunda. Pedí permiso en casa y me fui a Basauri. Era la primera vez que iba a Vizcaya. Estuve 15 días en la pensión Ibarrondo, que llevaba un matrimonio de Zeberio, euskaldunes, muy majos. De hecho, me quedé viviendo con ellos hasta que me casé. Aún estando en el Athletic vivía en esa pensión.

- Aquella prueba fue un éxito gracias a Piru Gainza.

- Sí. Que me quedara en el Baskonia fue cosa de Piru, que estaba allí de asesor. En la primera prueba solo jugué medio tiempo y tuve poco trabajo, pero él insistió en que, al día siguiente, fuese al entrenamiento. La vida es así. Tuve la suerte de encontrarme en el momento oportuno con la persona adecuada.

La novatada

- El Athletic no tardó mucho en fijarse en usted.

- Teníamos la suerte de que en el Baskonia hacíamos muchas veces de 'sparring' del Athletic. Por lo menos una vez al mes jugábamos contra ellos en San Mamés.

- Le impondría mucho enfrentarse a aquellos grandes jugadores: Carmelo, Orue, Artetxe, Markaida, Uribe, Arieta...

- Pues no. Me sentía de maravilla al tenerlos enfrente. Hombre, cuando les tuve de compañeros, mejor que mejor, pero me encantaba jugar contra ellos y que me dieran trabajo.

- ¿Cómo le recibieron?

- Muy bien. Hombre, la primera vez que entras al vestuario del Athletic tienes que pagar la novatada. No sabes dónde sentarte y siempre hay alguno que te dice: 'Ponte allí, en aquella percha'. Y, cuando te pones, aparece el veterano al que has quitado el sitio y te pregunta a ver quién te crees que eres. A mí la bronca me la echó Eneko Arieta.

- Usted también habrá hecho novatadas.

- No. No he sido de hacer novatadas, quizá porque yo pasé un mal rato, quizá por timidez...

- Se reconoce tímido, lo que contrasta, en cierto modo, con el hecho de que estuviera encantado jugando contra grandes jugadores, algo que denota una gran confianza en sí mismo, una enorme seguridad.

- Es que yo en el campo me transformaba. Era otro. Allí estaba en mi medio. Cuanto más ruido hubiese, mejor. Me metía por completo en el partido.

- Nunca le ha podido la ansiedad, el vértigo.....

- No. Para estar ahí lo más importante, sobre todo si eres portero, es la fuerza mental. Si no la tienes, ya puedes tener todo lo demás, que no te sirve de nada.

- Fue titular durante 18 temporadas. En esos años, vio desfilar a un buen número de compañeros que se eternizaban como suplentes suyos. Tuvo que ser muy competitivo defendiendo su puesto.

- Lo fui, claro, pero es que no tenía otro remedio. No hay que olvidar que algunos de los suplentes que tuve fueron internacionales. Deusto, por ejemplo. Siempre pensé que eran muy buenos y que me podían quitar el puesto en cualquier momento. Por eso siempre entrené muy fuerte.

- Nunca se acomodó, creyendo que el puesto era suyo en propiedad.

- Nunca. Trabajé para merecerlo todos los días.

Delante de Puskas

- Hablemos de sus mejores momentos en el Athletic. Su debut, por ejemplo.

- Más que mi debut, que fueron unos minutos en Málaga, recuerdo mi primer partido en San Mamés, contra el Madrid de Di Stéfano, Puskas y Gento. Bueno, Gento no pudo jugar aquel día. Le sustituyó Manolín Bueno. Faltaban dos o tres partidos para el final de temporada y Zubieta me dijo que iba a jugar. Me hizo mucha ilusión, también por lo inesperado, porque Carmelo seguía siendo internacional y, viéndole entrenar, yo pensaba que lo iba a tener muy difícil. Vinieron a verme todos mis amigos de Zarautz. Nos iban ganado 0-1 y, en una falta de Orue a Manolín Bueno tres metros fuera del área, el árbitro pitó penalti. Se armó una escandalera tremenda. No paraban de caer almohadillas y a Puskas no le dejaban tirar el penalti. Recuerdo que me fui hacia él, haciéndome el veterano, y le dije que lo lanzase fuera porque, si no, se iba a armar una gorda. Él me dijo: 'Sí, sí, claro que sí, hijoputa'. Creo que lo de 'hijoputa' fue lo primero que aprendió del castellano. Lo utilizaba mucho. Cuando ya éramos amigos, me saludaba siempre igual: 'Hombre, Iribar, hijoputa'. Tiró aquel penalti y me lo clavó, claro. Nadie me ha chutado como Puskas.

- Su amigo Iñaki Sáez dijo una vez que no hay nada como ganar una Copa con el Athletic.

- Y es verdad. Lo que viví con los dos títulos no lo cambio por nada. Compartes la alegría con tanta gente&hellip En el Athletic vives obsesionado con dar una alegría a la afición porque ella te da tanto que tienes que responderle. Ese es el 'leit motiv' de siempre en la caseta. Cuando yo llegué al vestuario, por ejemplo, percibí la inquietud de que llevábamos mucho tiempo sin lograr un título. ¡Y solo eran cuatro temporadas!

- Perdió su primera final, contra el Zaragoza, pero en ese partido se consagró. Aquel día surgió la canción de que 'Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno'.

- Aquel día la afición me ganó para siempre. Habíamos perdido contra un gran equipo que nos había dado un repaso. Tuve mucho trabajo y estuve bien. Pero que te hagan una canción y te saquen a hombros... ¡Porque a mí me sacaron a hombros! «Bajadme, que hemos perdido», les decía. Y nada. Ni caso. ¡Hasta me pusieron una txapela! No hay otra afición que haga eso. Ese día supe que nunca saldría del Athletic.

- Hablemos de los peores momentos.

- Sin duda, las tifoideas, que no me llevaron al otro mundo de milagro. Yo puedo decir que sé lo que es estar con un pie en el otro lado. En las crisis de fiebre, levitaba. Tenía tales convulsiones que me levantaba.

- ¿Tuvo miedo a la muerte?

- ¿Miedo? Pues no. En ese momento, estás resistiendo, luchando por la vida. No piensas en otra cosa. Es cuando te recuperas cuando te pones a pensar en muchas cosas.

Aquella maldita final

- ¿Es usted religioso?

- En aquella época, sí. Yo venía de una familia muy religiosa. Teníamos la parroquia muy cerca de casa y fui cantor del coro. Luego vas perdiendo algunas de esas creencias, pero supongo que siempre queda algo.

- Se hicieron rogativas por usted.

- Yo no me enteraba, pero es verdad. Recuerdo que, cuando me dieron el alta, el padre Scheifler, de los jesuitas, me llevó a rezar un rosario por todas las rogativas que habían hecho.

- Otro momento duro fueron las dos finales perdidas en 1977.

- Sin duda. Sobre todo, la del Betis. Contra la Juventus fue distinto. Hicimos méritos y solo nos faltó suerte. Lo del Betis fue peor. Nos dejó tocados durante mucho tiempo. Se acababa de legalizar la ikurriña y el campo era nuestro. Nunca he visto un ambiente semejante. Éramos superiores al Betis, pero aquel día tuvimos dos factores en contra. Por un lado, el calor, 38 grados. Por otro, que fuimos más individualistas, no hicimos el fútbol que habíamos hecho hasta ese momento. Llegamos muy tocados a los penaltis, incluso yo. Fue demoledor.

- Colgó las botas en 1980, después de 18 temporadas. ¿Fue una decisión traumática?

- La verdad es que no. Lo tenía asumido. Ya en diciembre tomé la decisión de dejarlo. En el club me ofrecieron la renovación y se enfadaron cuando les dije que no seguía, pero es que no podía rendir al nivel que yo me exigía. No estaba bien físicamente. Tenía muchos problemas de espalda, en el nervio ciático.

-¿Cómo ha llevado la popularidad, el vivir siendo una leyenda viviente? Iribar, ni más ni menos.

- Ahora lo llevo bien. Lo tengo asumido y mentiría si dijera que no me gusta que la gente me reconozca por la calle. Hubo un momento, al dejar de jugar al fútbol, en el que decidí entrar en el anonimato y empezar otra vida. Tuve una empresa de coloniales e hice mis escarceos de representante. Incluso me dejé barba. Pero no tardé en darme cuenta de que el anonimato era imposible, y más si continuaba metido en el fútbol.

- Que es lo que hizo.

- Sí. Continué en el Athletic entrenando a la base. Me lo ofreció Duñabeitia y acepté porque me hacía ilusión y porque siempre he pensado, y sigo convencido de ello, que es bueno que los chavales de Lezama tengan referencias.

- Aparte de entrenar muchos años en categorías inferiores y ser técnico de porteros, en la temporada 1986-87 dirigió al primer equipo. Fue al año del play-off del descenso. Menuda angustia.

- La verdad es que yo siempre confíé en el equipo, pero es cierto que fue una temporada dura. En el club se vivía una convulsión muy fuerte, la plantilla comenzaba una transición, perdimos a Zubizarreta y a Julio Salinas, se lesionaron varios jugadores importantes... Fue un momento complicado.

- Hablaba antes de referencias para los chavales. Ustedes lo eran también por su forma de comportarse en el campo. Siempre tuvieron un concepto muy alto del juego. No querían trampas, ni picaresca.

- Eso lo hemos mamado en el vestuario. Nosotros teníamos un estilo que era también una moral. Siempre quisimos ser ejemplares. Hay una anécdota que a mí de chaval me dejó una impronta enorme. La escuché en la radio. Fue cuando Telmo Zarra, en Málaga, con toda la portería vacía, tiró el balón fuera porque, sin querer, había golpeado al portero al regatearle y le había lesionado. A mí ese concepto de nobleza se me quedó grabado.

- Ahora al que hace eso le llamarían tonto, como mínimo.

- Son otros tiempos. Nosotros íbamos siempre a pecho descubierto, a jugar sin trampas ni chorradas. Además, nunca hemos sabido hacer eso. Alguna vez alguno intentaba alguna cosa y enseguida quedaba en evidencia. 'Pero tú qué andas', le decíamos.

- ¿Cree que esa actitud se mantiene ahora?

- ¿Me permitís que no conteste a esta pregunta?

- Albert Camus, que también fue portero, dijo que todo lo que sabía sobre la moral y las obligaciones de los hombres lo había aprendido en un campo de fútbol. ¿Comparte esa afirmación?

- Sin duda. El fútbol ha sido una escuela de vida. Un equipo es como una familia. Cada uno tiene su carácter, cada uno piensa de una manera, a veces surgen problemas... Pero estás unido por un sentimiento y por un objetivo común.

- ¿En el Athletic era obligado ser respetable?

- No es que fuese obligado. Tú podías elegir. Pero existía esa tendencia, que la marcaban hombres como Etura, Artetxe, Arieta o José Mari Orue, que para mí siempre fue un ejemplo como profesional y como ser humano. Ellos te inculcaban la necesidad de dar buena imagen, de dejar alto el nombre del Athletic y del país. Yo eso lo he mamado. Probablemente éramos muy idealistas en el concepto del fútbol y en la vida.

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