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Hasta 50.000 personas se congregaron en la plaza del Ayuntamiento para recibir al Athletic.
Clamor en rojo y blanco
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Clamor en rojo y blanco

Bizkaia despierta de su triunfal resaca, en la que 50.000 personas estallaron de felicidad en Bilbao con su primera celebración en 31 años. Algunos tenían un recuerdo difuso de aquello y otros jamás lo habían vivido. Lo de ayer nadie lo olvidará

Virginia Melchor

Martes, 18 de agosto 2015, 22:41

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El repicar de las campanas de Begoña presagiaba algo grande. El sonido profundo y metálico de los torreones de la Basílica se hacía oír por encima del clamor que inundaba las calles aledañas. Vítores y cánticos de familias enteras -abuelos, padres, hijos, nietos- que conformaban una riada rojiblanca tras 31 años de sequía. El Athletic llegaba para celebrar la Supercopa, y la Amatxu esperaba su ofrenda.

El emblemático templo bilbaíno se encontraba ya abarrotado antes de la llegada de la plantilla. Aun sin gabarra, a más de uno se le erizó el vello cuando los vio llegar: autobús descubierto, la copa en lo alto, campanazos y el himno. La divina imagen de la gloria, que ya parecía olvidada. Gupergui y Valverde, mano a mano, entregaron la copa como ofrenda a la virgen bilbaína, en agradecimiento por su escucha.

Minutos después, el autobús de los campeones ponía rumbo a la plaza del Ayuntamiento. Las imágenes lo atestiguan: la marea rojiblanca nunca tuvo un sentido tan literal. Una multitud de 50.000 personas dio la bienvenida al equipo de sus amores, ondeando sus banderas, jaleando a sus ídolos, gritando el "zu zara nagusia!". La balconada daba la enhorabuena a la plantilla con una enorme insignia que rezaba una consigna que parecía de otro tiempo: "Txapeldunak".

A su llegada, Gurpegui, copa en ristre, descendió del vehículo entre aplausos y gritos de júbilo. El capitán alzó el trofeo y la plaza estalló en un sonoro "¡Athletic!". En la escalinata, jugadores y cuerpo técnico se reunieron con el alcalde la ciudad, Juan María Aburto -corbata rojiblanca al cuello-, a quien se pudo ver cantando el himno rojiblanco junto al público.

Ya en el Salón Árabe, el regidor de la capital vizcaína felicitó al "mejor equipo del mundo". "Esto demuestra que es posible ganar títulos con jugadores solo de Euskal Herria". Aún así, destacó, "el mayor trofeo ya lo teníamos desde hacía 117 años: el de la mejor afición. Esa que está en los buenos y en los malos momentos". Por último, quiso agradecer el impagable regalo que desde el lunes disfrutan los menores de 30, los que aún no habían vivido la emoción de celebrar un título junto a los leones: "Habéis conseguido ilusionar, más si cabe, a esas nuevas generaciones".

El equipo se encontró con su afición en el balcón del Ayuntamiento. Con esa reconocida hinchada por su amor incondicional a los colores, desbordante de alegría, símbolo de que los años han valido la pena. Gurpegui levantó la Supercopa una vez más, envuelto en cánticos y una nube de confeti bicolor, y agradeció la fidelidad: "Los momentos malos todos unidos se pasan mejor y los buenos son cojonudos".

Muniain y Williams ejercieron de improvisados maestros de ceremonias, bailando y cantando al son de un estruendoso "campeones, txapeldunak". Metidos en su papel, presentaron uno a uno a sus compañeros, que dirigieron unas breves palabras al hormiguero rojiblanco que se agolpaba a sus pies. Aduriz fue ovacionado en su turno, héroe rojiblanco y autor de cuatro de los cinco tantos del triunfo. "Esto es vuestro por todo lo que nos habéis dado. Al final somos como vosotros, una cuadrilla", dijo cariñosamente el delantero. Y lanzó una promesa: "Esto no ha hecho más que empezar. El próximo título vendrá en gabarra". Del mismo modo, Valverde otorgó a los seguidores la preciada copa: "Esto es por vosotros y para vosotros", aseguró el técnico. "¡Gracias por esperar 31 años!", gritó a su vez Muniain.

"Dos generaciones más de Athletic"

La última parada en el tour de la victoria pasaba por la Diputación foral de Bizkaia, donde el diputado general, Unai Rementeria, habría de recibir a los leones con honores. Antes, el equipo desfiló ante una Gran Vía masificada, ante una hinchada que había invadido todos y cada uno de los rincones de la avenida. Desde lo alto del autobús descubierto, los de Valverde enarbolaron las insignias del equipo y de Euskadi. También a las puertas del edificio foral, que lucía su correspondiente banderola: "Bizkaia zurekin".

Emotiva llegada la de los jugadores, cuando las niñas de Aduriz e Iraizoz corrieron para encontrarse con sus aitas, más campeones que nunca. Padres e hijas entraron a la recepción aún con ellas en brazos, donde aguardaba Rementeria para la foto de rigor, la copa en las manos del diputado general.

La juventud rojiblanca fue una de las grandes protagonistas de la tarde. Tres décadas de sueños que desconocían el sabor de un trofeo. "Hoy Bizkaia es una gran sonrisa. Yo también era un niño cuando ganasteis y es algo que no olvido. Este título nos garantiza al menos dos generaciones de Athletic, se congratuló el diputado vizcaíno. "Nuestra razón de ser es devolver a la gente todo lo que nos da y seguiremos intentándolo", aseguró Josu Urrutia, citando de nuevo a la afición. "El Athletic es una combinación de ilusión, compromiso y responsabilidad".

El balcón del palacio foral fue el enclave para el último baño de multitudes de la jornada festiva. Allí se asomó la plantilla para saludar a los miles de presentes que se apelotonaban en la arteria comercial de Bilbao. Esta vez, acompañados de sus parejas y retoños, como el pequeño de Muniain, que vestía la camiseta de su aita. El público coreó una vez más el nombre de Aduriz, que sonreía humilde entre sus compañeros de vestuario. También aplaudió a José Ángel Iribar, la gran leyenda rojiblanca, que ondeó la bandera del equipo.

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