Quizá el futbolista en activo con el que más tiempo he conversado en persona sea Raúl García. Coincidimos con él en un vuelo de Bilbao a Ibiza, hace más de 8 años, cuando todavía militaba en el Osasuna. «Ese es Raúl García», susurré al oído de mi esposa. «Me encantaría que lo ficháramos porque es un fuera de serie, pero parece que no quiere venir», añadí. Ni corta ni perezosa, mi mujer se dirigió a la joya navarra y le preguntó a bocajarro si era cierto que no quería fichar por el Athletic, tal y como yo había insinuado. Raúl García sonrió y respondió de manera muy amable y nada comprometida: que no era verdad y que ya se vería lo que deparaba el futuro, y esas cosas. Después, tomé la palabra y, tras disculparme por la manera en que mi pareja lo había asaltado, pontifiqué largo y tendido sobre la hermosa idiosincrasia del Athletic Club y su afición. Cuando semanas más tarde comuniqué a mi mujer que Raúl nos había fallado y había firmado por el Atlético de Madrid, ella me aseguró que había sido por mi culpa y que no le extrañaba nada, después de la chapa que le había dado.
No tengo nada en contra de Raúl García. Admito que lo más probable es que suceda lo que ya casi todo el mundo da por supuesto: que su incorporación convierta al Athletic en un equipo más competitivo. Y sin embargo, como muchos otros aficionados, experimento cierto remordimiento de conciencia, como si tras el fichaje se escondiera alguna extraña trampa, el peso de las pequeñas pero íntimas traiciones vitales. Una traición a uno mismo, claro, porque en el fondo sé que la llegada de Raúl García, con toda su honestidad irreprochable de asalariado del fútbol, desenmascara la idealización que algunos hinchas hacemos del club. Y ese desenmascaramiento supone algo verdaderamente chocante del fichaje, a pesar de que lo hayamos aceptado como algo normal que no merece consideración alguna. Pero a mí me parece importante que analicemos la cuestión. ¿Por qué algunos de nosotros nos decepcionamos con el fichaje asequible de un futbolista de calidad contrastada que entra indiscutiblemente en la filosofía del Athletic? Todas las respuestas que nos hemos dado y las que hemos recibido remiten sin remedio al propio Raúl García, bien por su edad, bien por su condición de mercenario, bien por su desaprecio anterior hacia el Athletic, o también, cómo no, debido a su estilo canalla en el campo. Excusas para no asumir la realidad. ¿No resulta elocuente que casi ningún aficionado se culpe a sí mismo del resquemor?
Aceptar la insignificancia de cada uno de nosotros resulta desalentador. No merece la pena. A la vida hay que buscarle su lado luminoso por pura supervivencia. Nos engañamos, siempre lo hemos hecho. Por lo general, engaños decentes que no hacen mal a nadie. Aunque el fútbol, como la vida misma, a veces nos desenmascare y nos sitúe frente al espejo de la cruda realidad. Y entonces no queda sino reconocer que nos hacemos ilusiones. Que nos dejamos llevar por el ideal porque nos sienta bien esa visión edulcorada. Nos hace la existencia más llevadera y agradable, al menos mientras dura el sortilegio. Y de repente, tan solo días después del título de la Supercopa que endulzó aun más el espejismo, Raúl García nos desenmascara. Somos unos ilusos, unos verdaderos ilusos. El Athletic se parece bastante más al resto de equipos de élite de lo que nos gustaría. Y el mosqueo proviene de lo que nos cuesta reconocerlo. Raúl García no ha engañado a nadie ni tiene la culpa de nada. No llega tarde, aunque a algunos nos lo parezca sin sentido alguno. Pero sí deja bien clara una verdad: existen muy pocas hinchadas en el mundo que idealicen tanto a su equipo como lo hacemos nosotros. No nos basta con mantenernos más o menos fieles a nuestra filosofía. Por si fuera poco, anhelamos también que los leones provengan de la cantera y sientan el escudo como lo sentimos nosotros: que lo idealicen hasta convertirlo en un club especial, parte de otro mundo posible y diferente, un mundo mejor. ¿No era eso el romanticismo?
Con el paso de los días, el desafecto inicial de algunos de nosotros se ha visto atenuado por la bendición unánime con que la cátedra ha recibido el fichaje. Poco a poco no nos queda otro remedio que contagiarnos nosotros también del entusiasmo de los realistas, quienes además podrán, con razón, burlarse o apiadarse de nuestra ingenuidad manifiesta. Nos cantan las cifras de Raúl García y observan cómo nos ilusionan los números, pero luego, cuando nos quedamos solos, a la hora de la verdad, reconocemos la índole de esa ilusión. Es la misma ilusión que experimentamos cuando nos suben el sueldo, pero en un trabajo que no nos llena. La ilusión que se compra, la ilusión sin raíces, la ilusión perecedera. Miro hacia atrás y miro hacia dentro y veo que mi pasión no bebe de esa fuente. Triunfará Raúl García y hará patente que los jugadores del Athletic demuestran que lo son en el campo. Conforme, pero queda latente otra verdad. No todo nos vale, y lo que nos vale, no todo nos apasiona de igual manera, porque nuestra sed no es solo de victorias. Bienvenido sea Raúl García, pero yo no soñaré con él. O quizá sí, mas con el día en que uno de los cachorros, en buena lid, le gane el puesto.