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El jefe. Aduriz, durante la celebración de uno de sus goles al Eibar.
Aduriz como ejemplo
OPINIÓN

Aduriz como ejemplo

El delantero del Athletic, en estado de gracia a punto de cumplir 35 años, nunca ha dejado de trabajar, cuidarse y esforzarse para ser cada día mejor

Jon Agiriano

Martes, 26 de enero 2016, 00:11

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De un tiempo a esta parte, el halago a Aduriz comienza a ser un género periodístico en sí mismo. Los que nos dedicamos a este oficio somos conscientes de que tenemos que andar con cuidado porque el exceso de coba, ese suave deslizamiento inconsciente hacia el panegírico, acaba provocando digestiones muy pesadas y es algo de lo que, tarde o temprano, siempre nos arrepentimos. Dicho esto, vuelvo a elogiar a Aduriz una vez más. Y no lo hago porque el pasado domingo marcara dos de esos goles que dejan a los rivales convencidos de que la resignación es una de las bellas artes. El elogio, en este caso, no se limita a constatar lo evidente, es decir, la enorme importancia que tienen el juego y los goles del delantero donostiarra en el devenir del Athletic; una importancia que no tengo ningún reparo en comparar con la que Messi tiene en el Barça. Lo que quiero ensalzar esta vez es el ejemplo que supone que el mejor jugador del equipo sea también el más viejo. (O el segundo, siendo precisos, ya que Gurpegui es seis meses mayor).

Para cualquier futbolista joven con dos dedos de frente, Aduriz debería ser una referencia absoluta. Si no fuese porque tiene un alma pendenciera que en ocasiones todavía se le desborda, diría que es el espejo perfecto en el que mirarse. Aunque sólo sea por una cuestión de egoísmo, emularle tendría que ser el gran objetivo de la gran mayoría de sus compañeros. Y es que si algo desea un jugador es que su carrera deportiva se prolongue el mayor tiempo posible y en las mejores condiciones.

Siempre he pensado que, aparte de aportar algunos efectos muy saludables a la tranquilidad del espíritu, cumplir los treinta y empezar a pensar en la jubilación, en acabar jugando al golf en resorts de lujo rodeado de ancianos ingleses que llevan en los greens desde la segunda guerra contra los boers, tiene que dar bastante vértigo. De ahí que llegar a los 35 siendo competitivo sea un sueño para muchos futbolistas. ¿Cómo podríamos calificar entonces lo que ha conseguido Aduriz, es decir, no sólo llegar a los 35 -los cumple el próximo 11 de febrero- en perfecto estado de revista sino algo mucho más insólito: ¡en el mejor momento de su carrera!? Utilicemos la palabra milagro.

Del ejemplo de Aduriz pueden sacar algunas lecciones morales de mucho provecho sus compañeros más jóvenes. Porque hay algo que nadie debería olvidar: lo que está consiguiendo el delantero donostiarra no se debe a un prodigioso golpe de fortuna, o a una naturaleza privilegiada, aunque nadie discute que ser un atleta es una gran ayuda. Se debe a que nunca ha dejado de trabajar, cuidarse y esforzarse para ser cada día mejor. Apasionado del fútbol, Aduriz se lo debe todo a su ilusión. No recuerdo ningún gran futbolista de la historia del Athletic que haya tenido que superar más dificultades, impedimentos y zancadillas del propio club hasta llegar a triunfar y convertirse en la gran figura del equipo.

Verle cada día en el entrenamiento tiene que ser un regalo para los Muniain, Williams, Lekue, Sabin Merino, etc. Y desde luego para todos los chavales del filial. No me extraña que sea tan respetado y que, cuando él habla, todos los demás se callen, escuchen y, la mayoría de las veces, obedezcan. Como bien explicó un día Marcelo Bielsa, no es nada fácil conseguir esa autoridad indiscutible dentro de un vestuario. Aduriz la tiene y lo bueno es que acostumbra a utilizarla de forma provechosa para el equipo. ¿De qué manera? Imaginen la escena. Piensen, por ejemplo, en el equipo regresando a Lezama tras una victoria. Tres días después hay un partido muy importante, uno de esos que pueden cambiar el destino de la temporada. Aduriz ya está pensando en él, concentrado con los cinco sentidos. En el autobús se hacen bromas y se escuchan muchas risas. De manera que, antes de llegar, el donostiarra se siente en la obligación de lanzar un aviso a los navegantes más felices: «Hoy no quiero ver a nadie en la puta calle. Todos a casa».

Crucemos los dedos, pues, para que Aritz Aduriz siga rompiendo moldes y mejorando con los años. Decía Jules Renard que la vejez llega cuando uno empieza a decir que nunca se ha sentido más joven. No se lo he escuchado decir a Aduriz y, si no lo ha dicho, es porque seguro que se habrá sentido más joven de lo que es ahora. Tan seguro como que nunca se ha sentido mejor.

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