Txetxu Rojo me acarició la cabeza en Lezama hace casi cincuenta años. Un amigo de mi padre me lo presentó y recuerdo que sólo acerté a mirarle brevemente mientras él me sonreía y yo, sintiéndome inmensamente pequeño, apartaba la vista de inmediato, deslumbrado. Y entonces me acarició y el efecto de su mano en mi cabeza perduró durante d�
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión